Aranjuez es una ciudad con un pasado histórico impresionante y no podíamos dejar pasar la ocasión de hacerle una visita para conocer sus lugares más emblemáticos. En esta primera entrada sobre Aranjuez haremos una visita al Palacio Real y daremos un tranquilo paseo por los Jardines del Parterre y de la Isla, los más emblemáticos de toda la ciudad conjunto al Jardín del Príncipe que por ser más grande, dejaremos para la tarde. Vamos a visitar un lugar también cargado de misticismo y simbolismo, donde adornos, estatuas, fuentes y jardines nos trasladaran a los mitos clásicos de las epopoyas griegas y romanas, y donde cada detalle tiene su porqué, aquí nada es casual ni arbitrario, pero intentaré no enrollarme demasiado so pena de pasar por alto detalles que considero de gran interés.
Uno de los grandes atractivos de Aranjuez son sus fuentes, desgraciadamente en invierno no tienen agua para evitar que las heladas revienten sus tuberías, así que tendremos que conformarnos con verlas vacías.
Dejamos el coche en: 40°02.081'N - 3°36.581'W
Distancia: 3,53 kilómetros.
Tiempo: 2 horas 30 minutos.
Dificultad: Fácil.
El coche lo dejamos en uno de los laterales de la grandísima Plaza de Parejas en Aranjuez. Debe su nombre al Juego de Parejas que tenía lugar en esta plaza y
era una especie de baile a caballo en la que cuarenta y ocho caballeros
iban divididos en cuatro filas encabezadas por uno de los hijos del rey y
desfilando disciplinadamente se cruzaban y entrecruzaban en una especie
de baile, torneo y desfile militar y otros juegos ecuestres propios de la Corte Real. A la derecha del palacio vemos ogra gran edificio con unos soportales kilométricos, se trata de La Casa de Caballeros y Oficios es un edificio cuya construcción fue finalizada bajo el reinado de Carlos III.
Esta plaza semiabierta se encuentra
perpendicular al Palacio Real flanqueada por la Casa de los Fogones que cierra por un lado y la limita por el otro La Casa de Oficios y Caballeros. Hablar de Aranjuez es hablar de la historia de España y no queda otra, así que un poco de historia nos ayudará a comprender lo que veremos.
Lo primero que haremos es visitar el Palacio Real, desgraciadamente no permiten tomar fotos en el interior, aunque por los exteriores no hay limitaciones.
Es en el siglo XII cuando la orden de
Santiago se instaló en la zona debido a la frondosidad de su paisaje y a
la suavidad de su clima que es beneficiario de las aguas del Tajo y del
Jarama.
Como Real Sitio, su historia se inicia en
el siglo XV, cuando el maestre Lorenzo Suárez de Figueroa dispuso la
construcción de una casa-palacio al norte del actual Palacio Real,
destinada al recreo de los miembros de la orden.
En 1523, Aranjuez pasó a ser propiedad
real. Fue el emperador Carlos V quien concedió a las antiguas posesiones
de la orden la dignidad de Real Bosque y Casa de Aranjuez, con el
propósito de disfrutar en ellas de buenas jornadas de caza.
En 1551 destinó unas instalaciones para
jardín botánico (el primero de Europa), que serviría para catalogar las
nuevas especies traídas de América.
Pero los propósitos del emperador apenas
se cumplieron. Las guerras, sus largas estancias en Europa y los
contratiempos de salud le impidieron aprovechar la propiedad tanto como
había previsto. Sí lo hizo su hijo Felipe II. Tras conceder a Aranjuez
la denominación de Real Sitio en 1561, consciente de lo fértil del
lugar, dedicó una parte de los terrenos a explotación agrícola.
En el solar adyacente, el Rey inició la
construcción de un primer palacio, antecedente directo del actual.
Contrató para ello los servicios de Juan Bautista de Toledo y Juan de
Herrera, responsables de las obras de El Escorial.
A la muerte de Felipe II en 1598, las
obras estaban aún por acabar. Además de las dependencias reales, solo se
habían construido la capilla en la base de la torre sur y una parte de
las fachadas de mediodía y poniente. Luego, la crisis económica y
política del siglo XVII y la falta de interés de los últimos Austrias
por el lugar dieron como resultado la paralización de las obras.
Fue Felipe V, el primer rey de la
dinastía Borbón, quien decidió reanudar los trabajos y hacer de Aranjuez
su Versalles particular. Posteriormente, esta condición la heredaría La
Granja de San Ildefonso. Con Felipe V se levantó una nueva torre al
norte, completó la fachada oeste y trazó la estructura que daría forma
al actual palacio. Aunque de poco sirvió. En 1748, un terrible incendio
destruyó la práctica totalidad de su obra.
Tras el incendio, Fernando VI, hijo de Felipe V, vuelve a reconstruir el
palacio. Podemos decir que partió de cero, porque el nuevo proyecto,
aunque respetaba la planta del edificio original, obedecía totalmente a
la estética y al pensamiento del siglo XVIII. Es decir, una construcción
ostentosa, pero de líneas depuradas al exterior, tras las cuales se
escondían una serie de dependencias lujosamente decoradas. Eso sí, como
homenaje a su historia, se incluyeron en la fachada principal las
estatuas de sus promotores principales: Felipe II, Felipe V y Fernando
VI.
La imponente edificación que ha llegado
hasta la actualidad se debe fundamentalmente a Carlos III en su labor
reformadora de Madrid y su corte. El arquitecto fue Sabatini de origen
italiano que ideó las dos alas de poniente, que limitan lateralmente la
espectacular plaza de Armas. En uno de los extremos del conjunto se
ubicó la capilla, y en el lado opuesto debía construirse un teatro que
nunca llegó a levantarse. Religión y cultura, o lo que es lo mismo, fe y
razón. se daban así la mano en la mente de un arquitecto tan ilustrado y
a la vez tan creyente como su rey.
Pero no es la elegante fachada, realizada
en piedra blanca de Colmenar y ladrillo rojo, lo más impactante de la
obra realizada por Sabatini, sino los opulentos interiores. Su
decoración se enriqueció a lo largo de los siglos XVIII y XIX con
pinturas de diversos artistas. También aparecen en las estancias muebles
de maderas nobles y diversas colecciones de tapices, relojes, lámparas y
esculturas. Estas piezas únicas aún adornan una sucesión de salones,
entre los que destaca el de Porcelana, el rincón preferido de Carlos
III.
Carlos III hizo en Aranjuez una de sus
moradas favoritas. Escogido como residencia de primavera y verano, la
corte solía trasladarse desde Madrid a mediados de marzo y no regresaba a
la capital hasta octubre. En ese periodo, el Rey disfrutaba del entorno
de palacio, dividido entre el Jardín del Parterre y el de la Isla,
celebraba suntuosas fiestas o navegaba por los canales del Tajo en ricas
falúas artísticamente decoradas. Para el ocio de los herederos, Carlos
IV y su esposa María Luisa de Parma, se construyó un pequeño pabellón en
los jardines, la Casa del Labrador. Es uno de los ejemplos de
arquitectura neoclásica más importante de Europa.
El Palacio de Aranjuez fue el fin del
reinado de Carlos IV. En 1808, durante la estancia de la familia real en
Aranjuez, estalló la cólera pupular contra el todopoderoso Godoy,
favorito de Carlos IV. Godoy, ante la oposición del heredero Fernando,
pretendía que los Reyes se pusieran a salvo de la inminente invasión
napoleónica (les propuso que huyeran a tierras americanas). Aquello fue
la gota que colmó el vaso del odio hacia el ministro. Cuando el rumor
corrió por las calles de la población, una encolerizada muchedumbre
dirigida por partidarios de Fernando se agolpó contra las puertas del
palacio, mientras que otros grupos asaltaron la casa de Godoy. Éste,
refugiado en el desván de su residencia, fue descubierto al día
siguiente y hecho prisionero. Pero para entonces el Salón del Trono ya
había sido testigo de la abdicación de Carlos IV en su hijo, Fernando
VII.
Tras la restauración borbónica en la persona de Alfonso XII, el Palacio
Real de Aranjuez albergó a la familia de los duques de Montpensier. Fue
en los días previos a la boda del Rey con la hija de éstos (y prima de
Alfonso), María de las Mercedes de Orleans. Para entonces la modernidad
ya había llegado a sus dependencias. Los novios pudieron mantener una
conversación telefónica Madrid-Aranjuez en la víspera nupcial, y el
tren, que contaba con un apeadero a las puertas de palacio, transportó,
engalanado para la ocasión, a la novia y a su comitiva a Madrid para la
ceremonia en 1878.
Éstos serían los últimos fastos celebrados en el entorno de Aranjuez.
Tanto María Cristina de Habsburgo, segunda esposa del monarca, como su
hijo Alfonso XIII y la esposa de éste, Victoria Eugenia, prefirieron La
Granja para las vacaciones reales. Luego, en 1931, la Segunda República
declaró el Real Sitio Monumento Histórico Artístico y lo abrió al
público. Fue el primero de una larga serie de reconocimientos que
culminaron en 2001, cuando la Unesco lo inscribió como Patrimonio de la
Humanidad.
Sin dudas merece la pena pagar los 13 euros que cuesta la visita guiada, sus salones interiores derrochan un lujo y buen gusto que en pocos lugares podremos ver y nos hablar del gran interés de nuestros reyes por el arte y la cultura exótica que tuvieron fiel reflejo en las decoraciones de sus magníficas salas.
El palacio está rodeado de jardines. En sus laterales podemos ver dos
pequeños jardines, conocidos como el Jardín del Rey y el Jardín de la
Reina. Este primero que vemos es el Jardín del Rey, proyectado por Juan
Bautista de Toledo y ejecutado por Juan de Herrera a
partir de 1577, es un buen ejemplo de los jardines renacentistas
adosados a la arquitectura en forma de patios cerrados, que recuerdan a
los jardines secretos italianos, que se ponen de moda en la España de
Felipe II. Es un jardín para poder ser contemplado desde las
habitaciones de palacio, y para ello se construyó una galería o loggia
en la fachada, que Fernando VI transformó en una gran tribuna para
asistir desde allí a las fiestas, y que luego volvió a reformar Carlos
III.
También es conocido como el Jardín de las Estatuas, por los catorce bustos de mármol de emperadores
romanos, reyes de España y personajes de la Antigüedad, colocados sobre
otros tantos nichos en la pared.
Junto a la fachada este del Palacio Real, se alza el Jardín del Parterre, mandado construir por Felipe V al jardinero francés Esteban Boutelou I en 1727 y plantado en 1746. En su lado norte da a parar al río Tajo, mientras que por su lado oriental y meridional, desde el Puente Barcas hasta los arcos de Palacio, está flanqueado por un foso de cantería y una barandilla de hierro con jarrones de flores sobre pedestales, creados en 1762 por orden de Carlos III. La entrada principal al jardín se realiza a través de dos garitas de cantería.
Aparte de las numerosas flores y árboles de toda clase del jardín,
destacan sus tres fuentes: la de Hércules y Anteo, la de Ceres (situada
anteriormente en el Jardín del Príncipe) y la de las Nereidas.
Junto a la fachada este del Palacio Real, se alza el Jardín del Parterre, mandado construir por Felipe V al jardinero francés Esteban Boutelou I en 1727 y plantado en 1746. En su lado norte da a parar al río Tajo, mientras que por su lado oriental y meridional, desde el Puente Barcas hasta los arcos de Palacio, está flanqueado por un foso de cantería y una barandilla de hierro con jarrones de flores sobre pedestales, creados en 1762 por orden de Carlos III. La entrada principal al jardín se realiza a través de dos garitas de cantería.
De ceres provenían los bienes de la tierra, hacia Ceres se orientaban las oraciones del pueblo y el talento de los artistas. Desde los más primitivos hasta los más exquisitos, la preocupación de los escultores era fija en la piedra la serena grandeza de la diosa de la agricultura.
Diosa de la cosecha y la fertilidad, Ceres ayuda a los mortales a cultivar la tierra, a uncir los animales, a arar el suelo, a sembrar y cualquier otro aspecto que propicie la agricultura. Les enseña a organizarse, fija las poblaciones nómadas, Ceres tiene un importante papel en la aparición de las ciudades. De ella reciben su nombre los cereales.
Detalle de la fuente de Ceres.
A continuación vemos la fuente de la Neréida. Se llamaban Nereidas a las 50 hijas de Nereo y Doris
y personifican los fenómenos marinos. Habitaban el palacio de su padre
en el fondo del mar y ocupaban su tiempo en hilar, tejer y cantar.
Jugaban en las aguas, cabalgando delfines y tritones.
Indicaron a Hércules como obtener de Nereo las informaciones del
camino al país de las Hespérides. Las Nereidas más celebres son
Anfitrite, esposa de Neptuno, Tetis la joven, esposa de Peleo: Oritia y
Galatea. Suelen representarse como jóvenes adornadas con flores y con la
cabellera entrelazada de perlas.
Unos metros más adelante vemos la fuente de Hércules y Anteo. Construida por mandato de Fernando VII durante la primera restauración borbónica (entre 1808 y 1837) aludiendo a los míticos Doce Trabajos de Hércules. El encargo se hizo al arquitecto Isidro González Velázquez y al escultor Juan Adán. Su emplazamiento original estaba previsto en la zona trasera de la Casa del Labrador. Es la más espectacular del jardín.
Calpe y Avila según la mitología, son los montes que separó Hércules
para crear el Estrecho de Gibraltar: Avila, comienzo del mundo y Calpe,
final del mundo. Según algunas fuentes el topónimo Avila figuraba como
Abyla (Monte Hacho, Ceuta) antes de la restauración de la fuente*. Según
Patrimonio Nacional, es rigurosamente inexacto que «antes de la
restauración» en la columna figurase Abyla**. En el expediente de
restauración de la fuente consta que la inscripción está incisa en la
piedra y no se ha alterado en modo alguno
Sobre el pilar central se encuentran las estatuas de Hércules, agarrando con su fuertes brazos y levantando del suelo a Anteo.
En la base del pilar, hay un nicho que representa Hércules niño
luchando con una serpiente, así como a una pitón vencida. Hay también
diversos trofeos de caza como muestra del poder del héroe mitológico en
sus Doce Trabajos: un ciervo, un toro, un león y varias serpientes.
En los extremos de la fuente, que es ovalada, encontramos dos
columnas con las palabras «Avila» y «Calpe» así como con la leyenda «Non
plus ultra». Por último, el borde del estanque está adornado con
diversos jarrones con flores, realizados en plomo y pintados de color
mármol. A sus pies podemos ver alusiones a los once trabajos restantes que
Hércules realizó: el león de Nemea, la Hidra de Lerna, el jabalí de
Erimanto, la cierva de Cerinia, las aves del lago Estínfalo, los
establos del rey Augías, el toro de Creta, las yeguas de Diomedes, el
cinturón de Hipólita, los bueyes de Gerión, las manzanas de oro del
Jardín de las Hespérides y el Can Cerbero.
El Jardín del Parterre es pequeño y acaba con la fuente de Hércules, la cual rodeamos y continuamos por la "otra acera" que discurre paralela al río Tajo.
Gran parte del palacio está rodeado por un foso que atravesaremos por uno de sus puentes, entrando en los Jardines de la Isla. Este jardín es llamado así por encontrarse rodeado por tres lados por el río Tajo y por el sur por una ría artificial, se encuentra al norte del Palacio Real. El jardín de la Isla está separado del palacio por la Cascada de las
Castañuelas, obra de Bonavia y dos puentes, uno peatonal y otro para la
carriola de la reina, permiten el acceso directo.
Su origen se remonta a la Orden de Santiago, que entre 1387 y 1409 construyó un palacio maestral, antecesor del actual palacio.
Desde aquellos años se construyó un canal o ría aprovechando un meandro
del Tajo, donde se situaron diversos molinos o aceñas. Cuando en 1487 Fernando el Católico pasó a ser gran maestre de la Orden, la reina Isabel la Católica, se aficionó a la Isla, con lo que pasó a conocerse como Jardín de la Reina. Posteriormente Carlos I y Felipe II decidieron convertir la zona en un entorno natural privilegiado y llevarlo a su máximo esplendor.
A pesar de que la
idea de crear un jardín renacentista en Aranjuez fue de Carlos V, fue su
hijo Felipe II quien emprendió las obras de ordenación del territorio.
En 1560 toma el mando de la obra Juan Bautista de Toledo y es cuando comienzan a llegar las primeras especies de Flandes, Francia, Valencia y Andalucía. En 1564
se comenzaban a traer de Italia los mármoles labrados para las fuentes,
las cuales fueron aumentando bajo el reinado de Felipe III y Felipe IV.
El agua del que se nutrían estas fuentes provenía del Mar de Ontígola.
El trazado del jardín de la Isla
se basa en un eje central rodeado por compartimentos rectangulares que
se dividen a su vez en cuadrados. Los cruces de los ejes transversales
más importantes con el eje principal están marcados por plazoletas con
fuentes. Esta calle central estaba cubierta en los siglos XVI y XVII por túneles formados con moreras y enrejados de madera llamados galerías hasta que en el siglo XVIII con la influencia francesa desaparecieron
Nada más entrar al Jardín a través del puente en rampa, se encuentra la Fuente de la Boticaria, con vaso circular, con figuras de niños con conchas y rocas. Al fondo, se alza imponente el llamado Salón de los Reyes Católicos, un paseo de más de 300 m arbolado con plátanus hispánica,
situado junto al dique alto del Tajo, al que separa una barandilla de
hierro con pedestales y jarrones, al igual que en el foso del Jardín del
Parterre.
La Fuente de Hércules e Hidra, que es la primera que uno se
encuentra al cruzar la ría por la escalinata, está colocada sobre un
zócalo y una basa de jaspe negro de planta octogonal, con una gran taza y
un pedestal sobre la cual está la figura de Hércules matando a la hidra.
Alrededor encontramos unas barandillas de hierro y ocho pedestales con
otras tantas figuras de mármol en los bordes de la plazoleta. Esta
fuente fue mandada construir por Felipe IV a José de Villarreal y Bartolomé Zumbigo y sustituye a una fuente anterior dedicada a Diana de la época de Felipe II.
Las esculturas colocadas sobre pedestales que existieron alrededor de la
fuente fueron compradas por Felipe V y situadas originalmente en los
Jardines de La Granja. Después de este emplazamiento se situaron en las
columnas de la entrada principal del Jardín del Príncipe por orden de Carlos IV y finalmente descansan en el Museo del Prado de Madrid
A parte de las doce fuentes, el jardín cuenta con diecinueve calles que nos permitarán un magnífico y cómodo paseo.
Esta que vemos es conocida como La Galería.
Y nos lleva directamente a la fuente del Niño de la Espina. Esta fuente también es conocida como la fuente de “El Espinario” o fuente de las Harpías, es una de las fuentes más simbólicas del jardín de la Isla de Aranjuez. El niño es una copia de una estatua original que se encuentra en el Museo del Capitolio de Roma.
Fue Felipe III quien mandó construir esta fuente. En el centro hay un
pedestal en el que descansa un niño que se está sacando una espina del
pie izquierdo. En las esquinas de la fuente hay cuatro columnas, con una
harpía cada una, que disparan agua hacia el centro de la fuente. Unos
impresionantes bancos de piedra blanca nos permiten acompañar al niño mientras
descansamos.
Podemos ver los clásicos setos formando laberintos, de clara influencia francesa.
El día está nublado y por momentos una fina lluvia convierten este jardín en algo onírico donde el silencio solo es turbado por el delicado canto de los pajarillos (viles mirlos, diría yo, que vaya ñonería eso "del delicado canto de pajarillos"). 😁😁😁
Al fondo vemos una pajarera, me sorprende verla llena de pájaros tropicales que con el frío que hace aquí en invierno, no deben pasarlo nada bien, pero se les ve contentos o al menos, vivos.
Llegamos a la fuente de Venus, también conocida como "de Don Juan de Austria", pues se cree que la piedra con la que está construida fue conseguida en la Batalla de Lepanto. Fue enviada desde Florencia por García de Toledo.
La fuente, al igual que el resto de las que se encuentran en este
jardín está situada en el centro de una plaza octogonal, donde se halla
la figura de Venus de bronce secándose el pelo con las manos.
Con lo desapacible del día, esto está desierto, convirtiéndose el paseo en un auténtico placer para los sentidos, el silencio, la fina lluvia, el melancólico color otoñal, ¡joder, otra vez con las ñoñerías!
A veces soterradas y otras veces a la vista, el trazado está seguido por atarjeas y canalizaciones para el agua de riego.
En un apartado rincón del jardín nos encontramos con la fuente de Diana. El autor de esta bella escultura en mármol
que preside esta fuente fue el artista francés Pedro Michell, entre los
años 1792-1794.
Diana, Diosa
protectora de la caza, aparece aquí recostada, mirando al cielo y
acariciando a un perro, animal que formaba parte de la jauría del
séquito de esta Diosa. En torno a ella aparecen sus atributos
característicos: con la tiara en forma de media luna en la cabeza, el
arco y la aljaba con sus flechas y, además, la tortuga como símbolo de
castidad.
Esta Diosa fue siempre celosa de
su virginidad e incluso la exigía a las ninfas de su séquito y a todos
sus adeptos. Por esta razón expulsó de su cortejo a la ninfa Calisto que
había sido seducida por Júpiter. Es el prototipo de doncella arisca que
solo se deleita cazando. Es una Diosa vengativa y fueron numerosas las
víctimas de su cólera.
Seguimos desgranando calles, a pesar de que sabemos que este jardín es pequeño, realmente se hace muy grande y en cualquier rincón encontramos algo interesante por descubrir. Al fondo, otra fuente.
Se trata de la fuente de Baco. Emplazada en una plazoleta hexagonal con bancos de piedra, en cuyo
centro se halla un estanque circular de jaspe que sostiene al dios Baco,
coronado con racimos de uvas y sentado sobre un tonel con un pequeño
grifo, mientras alza una copa de vino.
El cuerpo de esta fuente fue regalado a Felipe III por el gran duque de Florencia y diseñado en mármol por Giambologna.
En la parte norte del jardín de la Isla, muy
próxima a la fuente de Baco, en el eje que comunica esta última con la
Isleta. Esta pieza, fatalmente mutilada, tiene un pilón de gran tamaño de forma
hexagonal, taza sobre balaustre y pedestal cilíndrico que sostienen la
taza con otra pieza donde se encuentra la escultura de bronce de
Neptuno.
Antíguamente existían seis peanas en la base de la fuente, pero
hoy solo podemos ver cuatro de ellas. Estas peanas sostenían otras
tantas figuras, también de bronce, de las que hoy solo se conservan
doFormaban
parte estas siete figuras de un juego de morillos de chimenea encargado
para el Alcázar de Madrid por Diego Velázquez al escultor Alejandro Algardi
en su segundo viaje a Roma. Representaban a los cuatro elementos:
Neptuno, agua; Júpiter, fuego; Juno, viento y Cibeles, tierra, con dos
copias de cada uno de ellos, de las cuales se colocaron siete en
Aranjuez en 1661, pues un Júpiter se destinó al Buén Retiro. Ya en el
siglo XIX se eliminó una de las esculturas con su pedestal, y tras la
Guerra Civil desaparecieron otras dos.
Nos salimos de la parte central del jardin para acercarnos al muro de contención del río Tajo.
Y el canal.
Y como lo nuestro es más el campo a través pues nos desviamos por una veredilla que discurre paralela al rio.
Además del invernadero y la pajarera, una chimenea de ladrillo, que se utilizaba como respiradero de la tubería que traía el agua desde el Mar de Ontígola es otro de los elementos que decoran el jardín.
A través de la calle Laurel de Zubia llegamos a la fuente de Hércules.
La escalinata de entrada o salida, según se mire, está adornada con dos inmensos floreros de piedra.
Cerramos la visita en la fuente del Barbo, ubicada en el Jardín de la Reina, justo cruzado el puente del Canal. Realizada en piedra de Colmenar, tiene en su parte superior un pequeño
grupo escultórico. Este grupo lo componen dos niños que, como en un
homenaje al río, juegan sujetando un pez erguido que los ribereños
identificamos con un barbo. No es muy antigua, su realización se llevó a
cabo a comienzos del siglo XX.
Y ya sabéis, búscanos donde haya un sendero, una
montaña, un árbol,
donde un humilde musgo espere paciente el deshielo, búscanos donde el
buitre
leonado se siente invencible o donde la pequeña Langeii desparrame su
perfume, búscanos y si nos encuentras, será un placer saludaros.
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